Aunque la escritura sea una actividad solitaria, nunca debemos subestimar la importancia que tienen las personas que nos rodean. Escribir un libro no es diseccionar conceptos en un laboratorio esterilizado. Al contrario, tiene una dimensión comunitaria. Importa, y mucho, estar rodeado de gente que aporte, que acompañe, que anime, que sepa dar su opinión de una manera constructiva. Tanto como que nosotros sepamos valorar las aportaciones de los demás sin sentirnos amenazados.
En última instancia, el libro lo firma su autor, pero siempre se trata de una obra coral. Es un proceso creativo en el que también participa nuestro entorno, querámoslo o no. Si este es positivo, se notará. En caso contrario, también. Por eso debemos cuidar muy bien de quién nos rodeamos y a quién escuchamos. Los aduladores nunca van a ayudarnos a mejorar, ni tampoco los críticos a ultranza. Es necesario buscar por todos los medios un entorno sano, la medida justa entre aquello que nos espolea a ser mejores y lo que nos sostiene en los malos momentos.
Todo en la vida se basa en el aprendizaje, y la escritura no es una excepción. Un buen entorno personal puede contribuir decisivamente a que disfrutemos más y eso, al final, lo notarán también nuestros lectores. La sección de agradecimientos que aparece en la mayoría de los libros no debería ser un mero formalismo, sino un espacio para expresar nuestra sincera gratitud al entorno que ha hecho posible el proceso creativo que ha cristalizado en la publicación de una nueva obra.